lunes, 11 de mayo de 2009

una aproximación a la crisis actual desde el marxismo ( R. Astarita)

Les dejo un texto un tanto larguito que plantea un análisis desde el marxismo de la actual crisis financiera y del estrangulamiento del ciclo económico.
Es la primera ( pero no la última) vez que tomo prestado un texto ( de eso se trata socializar el conocimiento no?). En este caso se trata de un texto que tomé prestado del profesor Rolando Astarita ya que me parece que plantea la cuestión con una serie de argumentos muy sólidos.
bon apetite.




CRÉDITO, CRISIS FINANCIERA Y CICLO ECONÓMICO

Rolando Astarita
(octubre de 2008)

En este trabajo examinamos la crisis financiera y monetaria en su relación con el ciclo económico. Abordamos primero la relación entre la teoría del valor y la acumulación del capital, y la tendencia a la sobreacumulación y las crisis cíclicas en el capitalismo. Luego examinamos el ciclo actual en Estados Unidos, y hacemos algunas comparaciones con la crisis de los treinta.

Ciclos y movimientos tendenciales de la ganancia

Una de las cuestiones más importantes a discutir es la relación entre los ciclos económicos y los movimientos tendenciales de la tasa de ganancia, y de la inversión. En el trabajo sobre la crisis financiera de octubre de 2007 hemos presentado –siguiendo la interpretación de Shaikh– la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, formulada por Marx, que sostiene que la tasa de ganancia cae a largo plazo porque aumenta la inversión de capital constante por unidad de trabajo humano. Sostuvimos que en Estados Unidos, durante la década de los noventa, se manifestó esa tendencia; hubo gran dinamismo de la inversión fija en equipos y software, que llevó a una fuerte acumulación de capital por obrero, que estuvo en la base de la caída de la tasa de ganancia desde 1997, desembocando en la recesión de 2001.
Pero la recesión fue benigna. En 2001 la economía aún creció el 0,8%, y se recuperó en 2002, con un crecimiento del 1,6%. En los años siguientes el PNB estadounidense creció a una tasa promedio algo superior al 3%. Sin embargo, y aunque en 2006 el PNB creció el 3,4%, ese año empezó a debilitarse seriamente el sector de la construcción. Y en 2007 estalló la crisis financiera, se evidenció la sobreproducción en el mercado de las viviendas, y la economía se desaceleró, creciendo el 2%. Con la profundización de la crisis financiera continuó la caída; en 2008 crecería al 1,6%, y los pronósticos más recientes (octubre de 2008) contemplan una tasa de crecimiento en 2009 entre cero (pronóstico optimista) o negativa (pronóstico más realista); y claramente negativa por lo menos en la mitad de 2009. Por lo cual estaríamos asistiendo al inicio de la fase contractiva del ciclo económico iniciado con la recuperación de 2002.
Una pregunta que se plantea entonces es acerca de la relación entre esta nueva recesión en puertas y el movimiento de la tasa de ganancia, que es la variable decisiva en lo que respecta a la acumulación del capital. La recesión ¿se debe nuevamente a una caída de la tasa de ganancia, producto de la sobreacumulación de capital? Mucha gente piensa que toda crisis debería explicarse, desde la óptica marxista, por la caída de la tasa de ganancia. Pero esto es imposible. Los ciclos económicos ocurren con frecuencias de 5 a 10 o 12 años, y en su mayoría no se pueden explicar por la acción de la ley tendencial descubierta por Marx. Por ejemplo, entre 1815 y 1914 se produjeron 12 crisis económicas, que pautaron los correspondientes ciclos. Marx pudo estudiar varios de estos ciclos y no intentó explicarlos por la tendencia al aumento de la composición orgánica del capital. Sólo algunos grandes movimientos cíclicos pueden explicarse por el incremento de la relación capital constante / trabajo vivo. Así, la crisis de la década de 1930 se habría producido por una caída tendencial de la tasa de ganancia, que dio lugar a un período de intensas convulsiones del capital. También la crisis de 1974 -1975. La tasa de ganancia había caído –se calcula que aproximadamente un 45% entre fines de los sesenta y principios de los ochenta– como resultado de un aumento a largo plazo de la composición orgánica del capital. Esta caída “estructural” de la tasa de ganancia explicaría la debilidad de la recuperación económica luego de 1976, en particular de la inversión. Y la nueva caída de la economía de Estados Unidos entre fines de la década de los setenta, y el comienzo de los ochenta, ocurrió con una tasa de ganancia que no se había recuperado. También a partir de 1997 se produce un debilitamiento de la tasa de ganancia “a la Marx”. Otro ejemplo de caída de la tasa de ganancia por aumento de la inversión de capital constante por obrero sería la crisis asiática de 1997-1998. Si bien el detonante habría sido financiero, en la base de proceso se encontraría un fuerte aumento de la composición del capital.1 Pero muchas otras recesiones cíclicas de la economía de Estados Unidos no se pueden explicar por una acumulación de capital “a lo Marx”. Por ejemplo, las recesiones de las décadas de 1950 y 1960 ocurrieron en un período en que la tasa de ganancia estaba “estructuralmente alta”, aunque fluctuaba a lo largo del ciclo. Lo mismo puede decirse de las de comienzos de los noventa. En cuanto a la recesión de 2001 se produjo en el marco de un debilitamiento de la tasa de ganancia por aumento de la inversión de capital constante, pero no hubo una caída “estructural”, o de largo plazo, de la tasa de ganancia. Y la actual recesión en puertas en Estados Unidos se desata en momentos en que la tasa de ganancia no se había debilitado sustancialmente, luego de la fuerte recuperación que tuvo desde 2002. Parece claro que la sobreacumulación de capital de los noventa, no generó una caída similar a la ocurrida en las crisis del treinta y de los setenta.

Las crisis y la dialéctica de la mercancía

La relación entre los movimientos cíclicos de la economía y la tasa de ganancia es compleja. Para su comprensión son necesarios análisis concretos, esto es, que incluyen muchas determinaciones. Entre ellas, hay que estudiar cómo operan el crecimiento desproporcionado de ramas de la economía, el crédito y el overtrading. Así también cómo actúan causas contrarrestantes a la caída de la tasa de ganancia; en especial, la tasa de plusvalía. El propio Marx, cuando analizó los movimientos cíclicos, hizo intervenir muchos de estos factores. Pero además la incorporación de estos elementos debe hacerse estableciendo las vinculaciones orgánicas, esto es, internas, con la naturaleza de la mercancía y del capital. Esto porque los ciclos constituyen una rasgo característico del “curso vital” de la industria moderna. En otros términos, la forma del desarrollo capitalista, con sus “movimientos de expansión y contracción alternadas”, sus “períodos de animación media, producción a toda marcha, crisis y estancamiento” (Marx, 1999, t. 1 pp. 787-788), debe derivarse de la dialéctica de la mercancía y del capital. De esta manera factores que muchos presentan como “externos” al sistema, y a los que se les atribuye la causa de la crisis –típicamente los problemas de riesgo moral, las dinámica supuestamente autónoma del crédito, y otros lugares comunes del mainstrean– no son más que manifestaciones de superficie del carácter inherentemente contradictorio de la relación capitalista.2 Se trata de estudiar el tipo de conexión que establece Marx cuando analiza críticamente la teoría de la acumulación de Ricardo, para mostrar cómo “la naturaleza misma del capital conduce a la crisis”.3 Ahí el propósito de Marx no es analizar la tendencia de largo plazo de la tasa de ganancia, sino los factores que concurren al estallido de las crisis periódicas del mercado mundial, a partir de la dialéctica que va desde la mercancía al capital, y de éste al crédito, la sobreacumulación y la crisis. Repasemos entonces brevemente esta lógica.
El análisis marxiano empieza con las contradicciones de la mercancía y la crítica de la ley de Say, que dice que “las producciones siempre se compran por producciones, o por servicios; el dinero es sólo el medio con el cual se efectúa todo intercambio” (Ricardo). Marx señala que esta ley –que se mantiene en la literatura neoclásica– había sido reducida, por la repetición constante de las crisis, a “una fraseología que ahora sólo se usa en tiempos de prosperidad, pero que se deja de lado en épocas de crisis” (1975, t. 2, p. 429). Es que las crisis ponen en evidencia las contradicciones de la producción burguesa que la ley de Say procura negar. En lo fundamental porque la ley hace desaparecer la contradicción entre el valor de uso y el valor de cambio. Así es que Ricardo habla de “producciones”, esto es, de valores de uso, no de mercancías. Y de “servicios”, o sea, del trabajo como “valor de uso”, y no de la mercancía fuerza de trabajo. Pero la primera condición de la producción capitalista es que el producto sea mercancía, se exprese como dinero y pase por la metamorfosis “mercancía – dinero”. Por eso Ricardo, argumenta Marx, borra la esencia de la mercancía, y su contradicción intrínseca. Convierte el intercambio de mercancías en un simple trueque y concibe al dinero como un simple medio de cambio, destinado a circular. Una visión que se mantiene imperturbable en los cursos usuales de “microeconomía” o en los modelos más avanzados del “equilibrio general”, donde el dinero es un numerario, y el mercado es trueque generalizado. Por eso el atesoramiento generalizado no puede comprenderse. ¿Para qué alguien vende, si no es para comprar? ¿Cómo es posible que el ahorro no fluya siempre a la inversión, provisto que la tasa de interés sea flexible? Y así de seguido.
Marx, por el contrario, demuestra que ya en la simple venta para la compra, M – D – M, anida la posibilidad teórica de la crisis, porque la primera metamorfosis de la mercancía, la venta, puede autonomizarse. Y si esta autonomización se prolonga hasta cierto punto, “la unidad interna se abre paso violentamente, se impone por medio de una crisis” (Marx, 1999, t. 1, p. 138). De aquí que pueda surgir un abarrotamiento general de los mercados. Por supuesto, para que esta posibilidad teórica de crisis se concrete hacen falta muchos más pasos. Pero lo importante es que la posibilidad, aunque aún abstracta, anida en la misma circulación mercantil. Las viviendas que hoy están sin vender en Estados Unidos no pueden entrar en el trueque; necesitan metamorfosearse en dinero.
El segundo momento en el desarrollo de la dialéctica de la crisis aparece en la función del dinero como medio de pago, que surge con el crédito derivado de la circulación mercantil. Cuando se compra a crédito el dinero funciona primero como medida de valor, y sólo al vencer el plazo convenido entra en escena como medio de pago. Ahora el dinero ya no es mediador del proceso, sino le pone punto final, de manera autónoma (véase Marx, 1999, t. 1 p. 166). En consecuencia surge un segundo nivel de crítica a la ley de Say, porque la función del dinero como medio de pago refuta la idea de que siempre se vende para comprar. Cuando el dinero es medio de pago hay que vender para pagar. Y a diferencia de lo que piensa la economía convencional, la enorme mayoría de las veces el dinero funciona no como medio de cambio, sino como medio de pago. Si bien los créditos monetizados funcionan como medios de circulación, después de la compensación de las deudas recíprocas, el pago último (settlement, según la expresión inglesa) debe hacerse en dinero de banca central, esto es, en cash. De ahí la demanda desesperada de líquido durante las crisis. Con esta segunda función del dinero la posibilidad de la crisis es todavía abstracta, pero más concreta que la primera.4

La dialéctica del capital, el sistema de crédito y las crisis

El siguiente paso en la marcha “hacia lo concreto” se da cuando introducimos el capital, esto es, el circuito

D – M (FT y MP)….P….M’ – D’

donde FT es fuerza de trabajo, MP son los medios de producción, y ….P…. denota el proceso productivo, durante el cual se interrumpe la circulación.
El capital mercantil debe pasar por el proceso M – D – M, esto es, por la metamorfosis de la mercancía, para que continúe la reproducción, no sólo del capital propio, sino los ciclos de todos los otros capitales. Por ejemplo, si el productor de camisas no realiza la venta, el productor de telas, su abastecedor, no podrá realizar su producto, etc. De manera que las formas más abstractas de posibilidad de la crisis reaparecen ahora en las superiores, más concretas. En particular, la segunda forma de la crisis reaparece, con una base más amplia y más concreta con el capital. Es que si ahora el productor de camisas ha comprado la tela con promesas de pago, y no puede realizar el valor de la camisa, se ve afectada la cadena de créditos y obligaciones mutuas.
En este punto es necesario hacer una aclaración. Si bien las posibilidades de las crisis se hacen más concretas, todas las formas contienen un “aspecto positivo”. Así, con el dinero surge la posibilidad de la crisis, pero también se amplían los alcances geográficos y temporales del comercio muy por encima del trueque. A su vez el dinero como medio de pago agudiza la posibilidad de crisis, pero también posibilita un mayor entrelazamiento de la producción de las mercancías. Con la relación capitalista se hace aún más concreta la posibilidad de las crisis, pero también se potencia el desarrollo de las fuerzas productivas, porque permite un mayor entrelazamiento de los circuitos del capital. Esto significa que estamos ante fenómenos inherentemente contradictorios. La expansión de las fuerzas productivas en el capitalismo no puede hacerse si no es al costo de desarrollar al mismo tiempo todo el potencial de sus contradicciones. Es un error pensar –como hacen muchos críticos románticos y reaccionarios del capitalismo– que el crédito puede suprimirse por un simple decreto; o que el modo de producción capitalista funcionaría sin contradicciones ante su ausencia.
Esa dialéctica del desarrollo de las formas puede apreciarse también cuando consideramos al crédito en su rol de palanca de la acumulación. El crédito permite canalizar fondos ociosos de todos los sectores hacia los circuitos del capital; desde ese punto de vista potencia el poder del capital para subordinar cada vez más las fuerzas de la producción bajo su mando, y desarrollar la producción de la riqueza. El crédito, además, permite que las fases de la producción y de la circulación del capital actúen de manera más acompasada, y que el proceso de reproducción del capital en su conjunto no se detenga ante retrasos temporales en la realización de las mercancías. Desde este punto de vista el crédito es necesario para el capital; su existencia, podríamos decir, es “sistémica”. El sistema crediticio es vital para el mismo despliegue de las fuerzas productivas bajo el capitalismo, y por esa misma razón potencia sus contradicciones; que van a estallar en las crisis. Ya Marx señalaba que el crédito constituía una red vital que interconectaba todo el sistema de reproducción del capital, y permitía un desarrollo más pleno de las fuerzas productivas.5 Pero al mismo tiempo ofrecía oportunidades para la especulación y las estafas, y se convertía en un factor de crisis. Decía que el sistema crediticio y bancario
… pone a disposición de los capitalistas industriales todo el capital disponible, y aun el potencial de la sociedad, que no haya sido ya activamente empleado, de tal modo que ni el prestamista ni el usuario de este capital son sus propietarios o productores. (…) En virtud del sistema bancario, la distribución del capital queda sustraída de las manos de los capitalistas privados y usureros en cuanto actividad particular, en cuanto función social. Pero a causa de ello, al mismo tiempo, la banca y el crédito se convierten asimismo en el medio más poderoso para impulsar la producción capitalista más allá de sus propios límites, y en uno de los vehículos más eficaces de las crisis y de las estafas (Marx, 1999, t. 3, p. 782).
Esto tiene hoy validez multiplicada en los sistemas económicos modernos. El crédito influye decisivamente en la inversión y el consumo. De manera particular en el consumo de bienes durables y en la compra de viviendas residenciales. Pero también ofrece la base más amplia para que se desarrolle la especulación.
Con el crédito se plantea entonces una nueva posibilidad desarrollada de la crisis. En primer lugar porque merced al crédito la fase de la circulación, en especial M’ – D’ puede autonomizarse durante todo un tiempo de las siguientes fases. Por eso en determinadas coyunturas la realización del capital mercancía puede estarse atascando, pero el financiamiento permite continuar con el ciclo productivo. Esto es, aparece la posibilidad del overtrading. El overtrading puede jugar un rol importante en la sobreacumulación cuando existen ramas de la economía que crecen a tasas más altas que el resto.
Pero no sólo hay que tener en cuenta el crédito que surge en la esfera del comercio, y que da origen a toda una pirámide de medios de circulación –esto es, créditos monetizados– sino también, y de manera muy particular, el crédito que genera capital. Este último no parece haber sido estudiado en detalle por Marx, pero ha cobrado especial relevancia en los modernos sistemas capitalistas. Se trata del crédito que han analizado los teóricos del “dinero endógeno”, o sea, la creación de dinero para el inicio de la rotación del capital. Es cuando los empresarios solicitan créditos, que son concedidos por los bancos. Con esos créditos los empresarios pagan a los trabajadores y proveedores, generando de esta manera los depósitos correspondientes en los bancos. Cuando venden la producción, devuelven los préstamos y el circuito se cancela. Se desarrolla así otra palanca para impulsar la acumulación, ya que en este caso el sistema crediticio no se limita a centralizar y canalizar hacia la producción recursos monetarios ya existentes –que parece haber sido la forma de crédito que más consideró Marx–, sino que genera, de alguna manera, el dinero (bancario) que abre el circuito del capital. Nuevamente encontramos una forma que, así como permite un mayor desarrollo de la producción, se puede convertir en una poderosa palanca de la sobreacumulación. Es este aspecto el que no se cansa de destacar Marx:
Si el sistema crediticio aparece como palanca principal de la sobreacumulación y de la súper-especulación en el comercio, ello sólo ocurre porque en este caso se fuerza hasta su límite extremo el proceso de la reproducción, elástica por su naturaleza, y porque se lo fuerza a causa de que una parte del capital social resulta empleado por los no propietarios del mismo, quienes en consecuencia ponen manos a la obra de una manera totalmente diferente a como lo hace el propietario que evalúa temerosamente los límites de su capital privado, en la manera en que actúa personalmente (Marx, 1999, t. 3, p. 106).
Al operar como palanca de la sobreacumulación, forzando al extremo el límite del proceso de reproducción, prepara las condiciones para que se profundice la sobreproducción y la sobreacumulación. Cuanto más amplio y extendido sea el sistema de crédito, más dependientes son todas las ramas de la producción del mismo, y en consecuencia más devastadoras son los efectos de una interrupción súbita del crédito:
En un sistema de producción en el cual toda la conexión del sistema de reproducción se basa en el crédito, si el crédito cesa súbitamente y sólo vale ya el pago en efectivo, debe producirse evidentemente una crisis, una violenta corrida en procura de medios de pago (Marx, 1999, t. 3, p. 630).
Por eso el sistema del crédito, actúa como un amplificador de la crisis, repercutiendo sobre toda la economía. Y lo hace de dos maneras. Por una parte, porque al desatarse la crisis tienden a subir la tasa de interés, lo que ejerce una punción negativa sobre la tasa de ganancia, afectando al consumo y la inversión. Este elemento juega un rol importante en los ciclos de negocios, dado que las variaciones de la tasa de interés tienen un carácter decididamente pro-cíclico, como ya había advertido Marx, y constata Sherman (1991).
Por otra parte, al aumentar la incertidumbre, aumenta la preferencia por la liquidez, los bancos y los capitalistas dinerarios son renuentes a prestar, y dadas las interconexiones de todo el sistema de crédito con la producción y el consumo, la economía se ve fuertemente afectada. En la medida en que los sistemas de crédito se han extendido en el capitalismo contemporáneo, los efectos son cada vez mayores. “La alta tasa de interés y el racionamiento del crédito –debido a las condiciones inciertas– son rara vez, si lo son, la causa principal de la caída, pero a menudo transforman una recesión suave en una depresión severa” (Sherman, 1991, p. 271). Es lo que Marx llamaba la crisis dineraria. Es cuando el dinero “pasa, de manera súbita y no mediada, de la figura puramente ideal del dinero de cuenta a la del dinero contante y sonante” (Marx, 1999, t. 1, p. 168). Las cadenas de pagos se interrumpen y es necesario vender las mercancías a cualquier precio, para afrontar vencimientos. En esa coyuntura “el valor de uso de la mercancía pierde su valor y su valor se desvanece ante su propia forma de valor. … Sólo la mercancía es dinero” (ídem).
La crisis dineraria surge no sólo del hecho que la mercancía es invendible, sino del incumplimiento de toda una serie de pagos que dependen de la venta de esa mercancía en determinado momento. “Ésta es la forma característica de las crisis monetarias” (ídem, p. 440). La caída de las ventas genera la crisis dineraria; que reactúa sobre la crisis general de la producción y el comercio, agravándola.6 Sobrevienen entonces las quiebras de los capitales más débiles, la centralización del capital, el aumento de la desocupación y de la miseria de las masas. Puede verse entonces que el crédito, si bien no es la causal autónoma del ciclo, reactúa sobre éste; hasta cierto punto, el efecto a su vez se convierte en causa.
Cada crisis por otra parte prepara el terreno para la siguiente recuperación, para la siguiente sobreespeculación, para la siguiente quiebra.

La valorización del capital y las finanzas

Lo discutido hasta aquí permite entender el porqué de la tendencia a la extensión del crédito, a buscar nuevas fuentes de financiamiento, a inventar más y más medios crediticios que permitan apalancar los fondos disponibles, para a su vez lanzar a la valorización más y más masas de capital dinero. Lo cual encierra el impulso a la sobreespeculación. Los gestores de los fondos dinerarios –sean bancos, fondos de pensiones o de inversión y similares– ganan en la medida en que valorizan más y más el capital dinerario. De ahí la tentación a embarcarse en todo tipo de aventuras. Por eso los cambios en la “aversión al riesgo”, en que hacen hincapié los neoclásicos para explicar las crisis, no dependen de la constitución psicológica particular de los inversores, sino de las relaciones sociales en las que están inmersos. Todos los capitalistas están obligados a intentar valorizar al máximo los valores en proceso. La valorización del valor es el principio motor y el fin de todo el proceso. La competencia impulsa a cada capital a conquistar más mercados, a vender más productos. Al capital que no tiene éxito le está reservado el destino de los fracasados, que no es otro que la desvalorización y/o la absorción por otros capitales más fuertes.
El hambre por el plusvalor afecta tanto al capital productivo como al comercial, o financiero. Si en las etapas de preparación de la crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos los bancos, y otras entidades financieras, jugaron su rol, también lo hicieron las empresas constructoras, ávidas de expandir el mercado más allá de cualquier límite. Es que el criterio para la expansión de la producción “es el capital mismo, el nivel de las condiciones de la producción y el deseo ilimitado de los capitalistas de enriquecerse y ampliar su capital” (Marx, 1975, t. 2, p. 422) y no las necesidades del consumo. “La naturaleza de la producción capitalista consiste en producir sin tener en cuenta los límites del mercado” (ídem, p. 446).
Por supuesto, cuando las crisis estallan se escuchan voces que claman para que se ponga freno al exceso de crédito, y levantan el dedo acusador contra la “codicia” y falta de prudencia de prestamistas o prestatarios. Pero con esto se disimula que el problema emana de la naturaleza misma del capital, y de las tensiones a que está sometida su reproducción ampliada. Por eso también, al poco tiempo de superada la crisis, reaparecen las mismas presiones hacia el overtrading, el intento de llevar más y más allá la producción. A lo largo de la historia se escuchan las mismas protestas, y se hacen los mismos pedidos siempre que estallan las crisis. Thomas Friedman, en un artículo publicado en The New York Times (reproducido por La Nación 16/10/08), titulado “Hay que volver a lo básico: la prudencia”, cita un libro publicado en 1841 sobre las crisis financieras, de Charles Mackay, quien escribía:
El dinero con frecuencia ha sido causa de delirio de multitudes. Naciones sensatas se han convertido de repente en apostadoras desesperadas y han arriesgado casi su existencia misma por el valor de una hoja de papel. Se ha dicho que los hombres piensan en rebaños; se verá que también enloquecen en rebaños, mientras que suelen recobrar la cordura lentamente, uno a uno.
Siglo y medio más tarde estas palabras encajan perfectamente para describir el frenesí especulativo que abrazó al capitalismo más avanzado en años recientes. Por eso no tiene sentido explicar la crisis por los cambios en la aversión al riesgo. Esto es simplemente deslizarse, apologéticamente, por la superficie de los fenómenos que hay que entender.7

Elementos para el análisis de los ciclos económicos

Hasta el final de sus días Marx habría estado trabajando en encontrar una ley interna que explicara la regularidad de las crisis que afectaban al mercado mundial. Desde la crisis de 1816-1817 hasta la de 1882-1884 parecieron repetirse con una periodicidad de 10 años, aproximadamente.8 Marx pensó que este ritmo podría explicarse por los ciclos de duración y renovación de los equipos y maquinarias, que serían de unos 10 años.9 Sin embargo, después de 1882-1884 cambió la periodicidad de las crisis; hubo caídas en 1890-1893, nuevamente en 1900-1903, en 1907 y 1913.
Sherman, por su parte, registra 30 ciclos en la economía de Estados Unidos entre 1854 y 1980, de duraciones muy variadas. Algunos ciclos duraron unos 3 años, y otros 10 o más años. Y en los últimos años en Estados Unidos el ciclo tuvo una duración de unos 10 años, ya que hubo recesión a comienzos de los noventa, y en 2001. Aunque con la actual, de 2008, vuelve a romperse la periodicidad decenal. En cualquier caso, no parece posible explicar los ciclos a partir de la renovación de las maquinarias y equipos; por lo menos, no la mayoría. Por otra parte hemos dicho que por lo menos muchos ciclos no se pueden explicar por la caída tendencial de la tasa de ganancia debida al aumento de la composición orgánica del capital.
Nuestra hipótesis es que si bien no es posible establecer una ley general que explique los ciclos, sí existen factores que afectan a la tasa de ganancia y la acumulación, e inciden en el estallido de las crisis periódicas, y las recesiones o depresiones. Marx ha señalado algunos de estos elementos en escritos dispersos en los que exploraba la mecánica de los ciclos. En lo que sigue nos inspiramos en buena medida en esas intuiciones de Marx, aunque en absoluto pretendemos afirmar que nuestra explicación se apoya en alguna teoría que habría dejado elaborada sobre la cuestión. Nuestra intención es entender el actual ciclo de Estados Unidos, a partir de una cierta sistematización de qué variables pueden ser importantes.
Al analizar el ciclo por lo tanto, tenemos en cuenta, en primer lugar, factores que pueden afectar a la tasa de ganancia, además del aumento de la composición del capital.

a) Movimientos de salarios
Las suba de los salarios al extenderse la acumulación. Cuando la economía entra en la fase de prosperidad, o se acerca al auge, el ejército de desocupados se reduce, y los salarios tienden a aumentar. Las crisis periódicas, a su vez, restablecen el ejército de desocupados.10 De esta manera recogemos la idea de los teóricos del profit squeeze (los que explican las crisis por el aumento de salarios). Nuestra idea es que la suba de salarios es un factor a tener en cuenta, que puede debilitar la tasa de ganancia. Aunque la presión alcista de los salarios no opera en el largo plazo, ni puede explicar los ciclos que ocurren en períodos globalmente depresivos, de desocupación estructuralmente alta. Por ejemplo, no podría explicar la recesión de 1979-1982 en Estados Unidos. Pero sí podría estar en la base de fluctuaciones económicas, y de recesiones más o menos suaves. Marx contempló esta posibilidad cuando se refirió a que cuando el aumento de salarios afectaba a la tasa de ganancia, la acumulación se hacía más lenta. E, insistimos, puede ser un factor que contribuya al debilitamiento de la tasa de ganancia en determinada fase del ciclo de negocios; también la presión salarial puede bloquear un factor contrarrestante de la caída de la tasa de ganancia.

b) Variaciones del consumo de sectores no productivos
El consumo de la clase trabajadora tiende a llegar al máximo en el auge, porque generalmente es la fase en que se reduce el ejército de desocupados, y por lo tanto suben los salarios. Por eso mismo es muy difícil atribuir el giro hacia la recesión a la falta de demanda de bienes salariales, como había anotado Marx. Sin embargo la capacidad de consumo de las clases no productivas puede tener un carácter distinto, ya que no está regida por las leyes del salario, sino de la evolución de las ganancias. Una desaceleración de las ganancias frena el consumo de estos sectores; la incidencia de la tasa de interés también es importante. Así como el llamado “efecto riqueza”. Todos son factores a tener en cuenta. Los sectores no productivos, que viven de la plusvalía, pueden reducir rápidamente el consumo de bienes durables (el cambio del automóvil puede postergarse, etc.) ante un cambio de las condiciones económicas que genere incertidumbre; o por la caída de beneficios. Por otra parte, si bien el consumo de la clase obrera depende en lo fundamental del salario, el consumo de los trabajadores más calificados también está influenciado por la tasa de interés, dado el desarrollo de los sistemas modernos del crédito para el consumo. Un motivo más para dar importancia al carácter pro-cíclico del crédito, y la tasa de interés.

c) Variaciones cíclicas de los precios de las materias primas
Otro factor a tener en cuenta son las tensiones en los mercados de materias primas cuando se extiende el auge. Empecemos destacando que es un hecho que los precios de las materias primas son los que más fluctúan durante el ciclo. Durante el ascenso suben más rápidamente que los precios de los productos terminados, y en la contracción caen antes y más rápido. De manera que la ratio índice de los precios de materias primas / índice de precios al consumidor es pro-cíclico. Aunque de todas maneras debe tenerse en cuenta que durante largos períodos estos movimientos cíclicos pueden estar dominados por la caída a largo plazo de los precios de las materias primas, como sucedió durante las décadas de 1950 y 1960, y posteriormente en la década de 1980 y 1990.
Como afirma Sherman (1991) la explicación más común para el comportamiento cíclico de los precios de las materias primas consiste en una combinación de demanda acelerada con fluctuaciones menores de la oferta. Se sostiene que durante la expansión es mucho más difícil expandir la oferta de materias primas que la de bienes terminados. Aumentar la producción de zapatos es más sencillo que la de los animales de los que se extrae el cuero, que requieren años para su crianza. Lo inverso sucede durante la recesión.
Desde el punto de vista de la teoría marxiana, parece claro que la suba relativa de los precios de las materias primas puede afectar la acumulación, sea por un cambio en la proporción en que ocurre la reproducción ampliada, sea por variaciones de la tasa de ganancia. Ambos efectos fueron señalados por Marx, influenciado por la crisis de 1847. En este caso se trató de una suba del precio del algodón por malas cosechas. Marx se refirió a la cuestión en 1850;11 y le dio más generalidad en Teorías…, cuando afirmó que “una crisis puede surgir… por cambios en el valor de los elementos del capital productivo, en especial de las materias primas; por ejemplo, cuando hay una disminución de la cantidad de algodón cosechado” (Marx, 1975, t. 2, p. 441). En este pasaje Marx le asigna mucha importancia a las condiciones naturales, que pueden llevar a un aumento de los precios de las materias primas, provocando un trastorno en las condiciones de reproducción del capital, y una caída de la tasa de ganancia. Es que si aumenta el valor de las materias primas,
…quedan trastornadas las proporciones en que el dinero debe reconvertirse en las distintas partes componentes del capital para continuar la producción en la escala anterior. Hay que invertir más en materias primas, queda menos para el trabajo, y no es posible absorber la misma cantidad de trabajo que antes. (…) La reproducción no puede repetirse en la misma escala. Una parte del capital fijo queda ociosa, y una parte de los obreros se ve lanzada a la calle. La tasa de ganancia se reduce porque el valor del capital constante se ha elevado en comparación con el capital variable, y se emplea un menor volumen de éste (ídem, pp. 441-442).
Marx destaca incluso que debido a que los tributos fijos, como el interés y la renta del suelo, se basaban en la anticipación de una tasa de ganancia constante, y en que la explotación del trabajo se mantenía igual, en parte no era posible pagarlos. “De ahí la crisis. Crisis del trabajo y crisis del capital” (ídem, p. 442; énfasis añadido). Además pueden aumentar los costos de reproducción de la fuerza de trabajo; y en la medida en que entra en el consumo general provoca una demanda disminuida de otros productos (ídem). La cuestión puede adquirir más generalidad si se vincula el comportamiento pro-cíclico de los precios (y los valores) de las materias primas con la lógica de la acumulación capitalista; volvemos en seguida sobre esto.

d) Variaciones cíclicas de los gastos improductivos
Los aumentos en los gastos improductivos, que podrían tener un carácter procíclico. Fred Moseley ha insistido en la importancia de este factor para explicar la baja de la tasa de ganancia en el largo plazo.12 Podría aplicarse la idea al ciclo de negocios. Durante la expansión bajan los costos improductivos, debido a que aumenta la utilización de capacidad ociosa, y por lo tanto se reduce los gastos en trabajadores improductivos de las empresas (por ejemplo, personal de seguridad). También aumentan los volúmenes vendidos por trabajador empleado en el sector comercial. Disminuyen los costos de comercialización y el trabajo empleado en almacenamiento, porque la realización del producto es fluida. Asimismo las inversiones en tecnología pueden bajar los gastos improductivos de manera significativa; este aspecto de la cuestión adquiere especial relieve en la actualidad, debido a la incorporación de la tecnología informática a los procesos de gestión contable de las empresas, comercialización y finanzas, entre otras actividades.
Por otra parte, a medida que se alcanza el auge, los gastos improductivos pueden aumentar. Por ejemplo, es necesario invertir más tiempo de trabajo en la comercialización, o almacenamiento de productos. De la misma manera la extensión de los circuitos del crédito, la ingeniería de operaciones financieras cada vez más intrincadas, representan gastos crecientes para el conjunto del capital que son financiados con plusvalía.

e) La situación del mercado mundial
La situación en el mercado mundial, la competitividad de la economía y la situación de las empresas y sus inversiones en el exterior, las variaciones en el tipo de cambio, en el crecimiento del producto mundial, y similares, pueden ejercer un rol en la evolución del ciclo.
Si bien el aspecto internacional de la crisis lo tratamos en otro escrito, aquí haremos referencia a un aspecto que complementa lo que hemos discutido sobre la incidencia de las variaciones de los precios de las materias primas. Se trata de que estas variaciones pueden relacionarse con las características de las inversiones que demanda su producción, y la lógica de la ganancia. La cuestión se puede ver en el petróleo, que es la materia prima básica en la actualidad. La exploración y puesta en marcha de pozos petroleros demanda enormes masas de inversiones a largo plazo. Una vez puestas en marcha estas inversiones, es muy costoso detenerlas. Las decisiones de inversión en el sistema capitalista se rigen por las tasas de ganancia. Los movimientos de precios, a su vez, indican hasta qué punto es necesario aplicar más o menos tiempo del trabajo social general a una producción determinada. Cuando en una rama la oferta supera a la demanda, bajan los precios y las ganancias, y en consecuencia baja la inversión; con el tiempo disminuye la oferta, hasta adecuarse a la demanda. Lo inverso sucede cuando la demanda supera a la oferta. Esto ocurre en todas las ramas, pero en el sector del petróleo (también en minería, en forestación, en agricultura cuando se trata de la ampliación de la frontera agrícola) las inversiones tardan mucho tiempo en madurar. Durante la década de los noventa, cuando los precios fueron históricamente muy bajos (correspondiendo a un debilitamiento de la demanda), la inversión fue muy débil. A fines de esa década los precios del barril de petróleo estuvieron por debajo de los US$ 15. Pero en la década de 2000 la demanda se recuperó fuertemente. Entre 2003 y 2007 la tasa de crecimiento de la demanda del petróleo se ubicó en un promedio del 2,1% anual, casi el doble del promedio de fines de la década de 1990. En esto influyó el crecimiento de China, la recuperación de la economía rusa, y también el aumento del consumo de combustible en países productores. La oferta no alcanzaba a cubrir la demanda creciente. Algo similar ocurrió con la producción de otras materias primas. De ahí el fuerte aumento de los precios, en particular desde 2002. Desde el punto de vista de la teoría del valor trabajo, el significado es que hacía falta dedicar más tiempo de trabajo –esto es, más inversiones– a la producción del petróleo y otras materias primas. Desde el punto de vista de la acumulación mundial, significaba también que aumentaban las tasas de ganancia de las empresas del sector, y los ingresos de los países productores. Pero esto implicaba que en los países importadores netos de materias primas, como Estados Unidos, la tasa media de ganancia de las empresas podía verse erosionada en determinada fase del auge.

f) Las desproporciones en la acumulación
Agregamos ahora otro elemento para el análisis, que son las desproporciones que se originan en el carácter anárquico de la producción capitalista. Reconocemos que la explicación de las crisis por desproporciones tiene muy mala prensa en los ámbitos marxistas, y tal vez con buenas razones. Es que las desproporciones no brindan una ley interna, una razón de necesidad de por qué deberían desencadenarse periódicamente desequilibrios que condujeran, desde la producción excesiva en algunas ramas, y la subproducción en otras, a la recesión generalizada. Dentro de ciertos márgenes el sistema capitalista posee elasticidad para absorber fluctuaciones de precios y existencias en las diversas ramas. Esto explicaría que Marx no haya buscado la razón de las crisis cíclicas por este lado. Sin embargo, en su crítica a la teoría de la acumulación de Ricardo señaló que la sobreproducción de ramas importantes de la economía no necesariamente se compensaba armónicamente con la subproducción de otras ramas. En términos más modernos, diríamos que en el sistema capitalista no existe una regulación cibernética entre las ofertas y demandas de productos, y flujos de capitales entre sectores.
La cuestión cobra más relevancia cuando observamos que las fases de expansión están lideradas por algunas actividades que absorben enormes masas de capital, donde se abren constantemente posibilidades de ganancias extraordinarias –movidas por el cambio tecnológico de vanguardia– y donde también existen enormes posibilidades para la especulación desenfrenada. Con esto no queremos decir que todas las crisis deban explicarse por la desproporción; ni que deban explicarse tal vez exclusivamente por la desproporción. Pero sí pensamos que en algunos ciclos y crisis la desproporción puede haber jugado un rol de envergadura. Por ejemplo, la crisis de 1836-1839 tuvo como antecedente el auge “desproporcionado” de los ferrocarriles, que arrastró a la siderurgia y el carbón, con la consiguiente especulación financiera sobre los activos de estos sectores; también la de 1847-1848. La crisis de 1873 estuvo precedida por la expansión también “desproporcionada” de la industria pesada alemana. El crack francés de 1882-1884 tuvo como antecedente la expansión de la construcción ferroviaria, y la especulación. También en Estados Unidos, terminando en el “pánico de los ferrocarriles”. La crisis de 1907 estuvo precedida por la especulación intensa sobre el cobre, vinculado a la expansión colosal de la industria eléctrica.13 En un pasaje de El Capital Marx parece darle importancia a este aspecto para explicar las crisis periódicas, aunque a través de una referencia indirecta. Escribe que si los cambios de precios impiden que “grandes proporciones del capital se repongan en sus proporciones medias”, y dada la interconexión general del proceso de producción que desarrolla el sistema de crédito, deben producirse “paralizaciones generales temporarias” (Marx, 1999, t. 3, p. 622). ¿Cuáles pueden ser esos “cambios de precios” que impiden que “grandes proporciones del capital se repongan en sus proporciones medias”? Claramente, en un auge especulativo los precios pueden seguirse inflando, gracias al estímulo del crédito, impidiendo que los capitales se repongan en las proporciones “medias”, esto es, acordes con la tasa de reproducción ampliada del resto de las ramas. Esto estaría alentado por “los negocios aparentes y transacciones especulativas que alienta el sistema crediticio” (ídem).
Pero además, si bien las desproporciones tienden a nivelarse, esta nivelación puede ser muchas veces violenta. Y si la “nivelación” debe efectuarse sobre una rama que ha sido vital en la expansión, el resultado sería la crisis.

g) El carácter pro cíclico del crédito y la tasa de interés
El crecimiento desproporcionado entre ramas está impulsado por el sistema de crédito, con sus secuelas de especulación, inflación de los precios de los activos y overtrading. El crédito aumenta la tendencia al desarrollo desproporcionado, que es acompañado de la suba de los precios de los activos por encima de lo que indicaría cualquier fundamento. Lo cual implica que también se amplía todo el sistema del crédito. Observemos sin embargo que no se trata de una hinchazón meramente “financiera”. Si tomamos como ejemplo la crisis de las hipotecas subprime, la misma tuvo como “base” la construcción de viviendas “reales”, la suba especulativa de los precios, la sobreproducción en el mercado inmobiliario y la caída posterior de los precios. El carácter procíclico del crédito contribuye entonces a los desarrollos desproporcionados en vaivén. A su vez, la tasa de interés también tiene un carácter decididamente pro-cíclico, como ya hemos señalado.

Sobre el aumento de la productividad y sus efectos

Antes de entrar en el análisis del ciclo en Estados Unidos, y la actual crisis, es importante precisar el enfoque que adoptamos sobre los efectos del aumento de la productividad en la tasa de ganancia y la masa de ganancia.
Es un hecho destacable que desde 1995 se ha producido un fuerte aumento de la productividad de la economía de Estados Unidos. Entre 1995 y 2000 la productividad creció a una tasa media anual del 2,6%; y entre 2000 y 2006 al 2,7% anual promedio.14 Como término de comparación, digamos que entre 1973 y 1995 lo hizo al 1,5% anual. El crecimiento de la productividad desde 1995 fue entonces importante; aunque menor que en la época del boom, entre 1960 y 1973, cuando aumentó al 3%.
Según la teoría ortodoxa habitual, el aumento de la productividad debería generar un aumento de los beneficios. Esto porque el razonamiento se hace en términos de productividad física del capital. Sin embargo los beneficios, o la tasa de ganancia, no han tendido a aumentar en paralelo al aumento de la productividad; desde 1995 a 2001 la productividad en Estados Unidos aumentó, y los beneficios del capital disminuyeron.
La teoría marxiana del valor trabajo puede dar una respuesta al intríngulis. Es que el aumento de la productividad, cuando es general, no afecta a la generación de valor, sino a los valores de uso. Al incrementarse la productividad, aumenta la cantidad de bienes producidos por unidad de tiempo, pero la masa de valor generada por unidad de trabajo permanece constante. Por eso mismo los bienes se abaratan, y la masa de beneficios puede permanecer invariable. Siempre debería tenerse presente que la masa de beneficios depende, dado el valor de la fuerza de trabajo, de la tasa de plusvalía y de la masa de capital variable (véase Marx, 1999, t. 1, cap. 9). El aumento de la productividad sólo afecta a la masa de ganancia en la medida en que altere la tasa de plusvalía, vía el aumento de la plusvalía relativa. Es cierto que permite que las empresas avanzadas tecnológicamente embolsen plusvalías extraordinarias durante el tiempo en que las mejoras tecnológicas no se han difundido al resto de la rama. Pero una vez que la tecnología de punta deviene la modal, las ganancias extraordinarias desaparecen; las mercancías se abaratan; y existe una presión bajista sobre la tasa de beneficio, en la medida en que ha tendido a aumentar la inversión de capital por obrero. De todas maneras dejamos anotado que la ventaja tecnológica de los capitales de Estados Unidos con respecto a los capitales de otros países explicaría por qué las empresas americanas pueden obtener beneficios extraordinarios, sea a través de sus subsidiarias en el exterior, o en el comercio internacional. Una cuestión que incide en la confianza que a largo plazo tienen los inversores en la economía estadounidense, a pesar de la crisis.

Ciclo y crisis en Estados Unidos

a) Recesión, recuperación y plétora del capital15
Recordemos que desde 1997 la tasa de ganancia cae en Estados Unidos, llevando a la recesión de 2001. Según datos que tomamos del BEA, la tasa de ganancia calculada como masa de ganancia / capital invertido en software y equipos y estructuras no residenciales, bajó un 24% entre 1997 y 2000. Pasó del 7,13% en 1997 a 5,2% en 2000 y 5,6% en 2001. A su vez la masa de ganancia se redujo de US$ 629.600 millones en 1997 a US$ 547.000 millones en 2000 y US$ 614.000 millones en 2001. Como adelantamos antes, la recesión fue suave, y duró menos de un año. El PNB de Estados Unidos durante 2001 creció el 0,8% y la desocupación aumentó al 6,3%, esto es, de manera no significativa. Sin embargo la recuperación fue débil, la inversión también se mantuvo débil y hubo poca creación de empleo. La inversión real no residencial en los nueve trimestres anteriores a mayo de 2003 (cuando se producen importantes cambios impositivos) bajó a una tasa anual del 7,5%.
Esta debilidad de la inversión, y junto a los estímulos fiscales, y la entrada de capitales externos líquidos, generaron una situación de plétora de capital, dando lugar a la expansión del crédito hipotecario, del sector de la construcción y la especulación inmobiliaria. El crédito hipotecario, y la construcción residencial crecieron entonces a tasas muy superiores a lo que lo hacía el PNB. Desde 2000 a 2005 la participación de la construcción de viviendas en el PNB aumentó del 4,6 al 6,2%. Desde 1997 a 2001 la inversión residencial había aumentado el 31%. De 2001 al pico de 2006 aumenta un 77%; y sólo en los años que van de 2003 a 2006 lo hace un 50%. Entre 2000 y 2006 el crédito hipotecario aumentó a una tasa anual del 11%. La deuda hipotecaria subió de US$ 4,8 billones en 2000 a US$ 9,5 billones en 2006. En términos reales (o sea, ajustados por el índice de precios al consumidor), los precios de las viviendas en promedio subieron a una tasa anual del 6,4% entre 2000 y 2005. Así, a partir de un crecimiento “desproporcionado” del sector de la construcción, e impulsado por la especulación y la burbuja inmobiliaria, se fortaleció la recuperación de la economía desde 2003. El aumento de la demanda en la construcción ejerce efectos multiplicadores sobre la producción y el ingreso, pero se trata de un desarrollo desproporcionado. El aumento del crédito hipotecario impulsó la acumulación en el sector de la construcción; su extensión a las hipotecas subprime agregó combustible. El sector creció a una tasa superior a lo que crecían los ingresos de amplias capas de la población que habían accedido a esos créditos. El crédito forzaba al máximo los límites de la producción, y las capacidades de absorción del mercado.
La coyuntura de liquidez y expansión del crédito se reflejó lógicamente en el aumento la deuda de los hogares. La deuda de los hogares aumentó porque se estimuló el crédito al consumo de bienes durables, además del crecimiento de los créditos hipotecarios. Desde 2000 a 2008 la deuda de los hogares pasó de ser aproximadamente igual al 70% del PNB de Estados Unidos, al 100%. Aunque por otra parte bajó el endeudamiento de las empresas.16 Esto reflejaba que las empresas tenían abundante liquidez, y la inversión se mantenía relativamente baja.17
Por otra parte es importante destacar que la recuperación económica fue de la mano de una fuerte recuperación de la tasa de rentabilidad. A partir del segundo trimestre de 2002 hubo 19 trimestres sucesivos de aumento de los beneficios (año versus año) de dos dígitos, el período más prolongado de aumento de las ganancias en 50 años. Calculando de nuevo la tasa de beneficio como beneficios / capital invertido en equipos y software, y estructuras, encontramos que aumenta desde el 5,2% de 2000, y 5,5% de 2001, al 8% en 2006. Esto es, un aumento de un 45%, aproximadamente.
¿Qué habría posibilitado este crecimiento notable?
Parece indudable que el aumento de la tasa de plusvalía jugó un rol importante en la primera fase del ciclo. Entre 2000 y 2004 el ingreso real medio de la familia estadounidense bajó 3%, revirtiendo una tendencia alcista entre 1995 y 2000. A esto contribuyó la debilidad de la recuperación del empleo en los primeros años, así como la constante presión de las importaciones, y más en general el clima anti-sindical que se vive en Estados Unidos desde hace años. Recién a partir de 2006, esto es, en la fase más alta de la expansión, se ve una recuperación en términos reales de los salarios. Entre finales de 2005 y comienzos de 2006 la tasa de desempleo cayó del 5 al 4,5% y los salarios reales aumentaron en 2006 un 1,8% en promedio; una tasa más alta que el promedio de aumento de salarios de la segunda mitad de 1990. Este factor puede haber bloqueado, a partir de 2006, una causa contrarrestante de la caída de los beneficios (que se estancan en 2006). Pero no parece haber afectado de manera esencial a la tasa de beneficios. En 2006 la participación de los salarios en el producto doméstico interno era del 56,7%, y en 2007 estaba prácticamente igual, en el 56,9%. Estas cifras deberían compararse con el promedio entre 1963 y 2005, del 58,1%.18
Por otra parte hubo un fuerte aumento de la productividad en los 3 primeros años de la expansión; creció a un promedio del 3,1% anual. Pero no hubo una aumento de la relación capital fijo / trabajo; ésta permaneció “aplanada”. Como hemos visto, la inversión fue muy débil en la recuperación. Buena parte del aumento de la productividad se debería entonces a que daba sus frutos la intensa incorporación de las tecnologías informáticas –tanto de software como de equipos– que se había producido en los noventa.19 Pero además los sectores que más aumentaron la productividad fueron “servicios”, como transporte, logística, comercio mayorista y minorista, y finanzas. Esto significa que debió de haber habido ahorro en trabajo improductivo, especialmente ligado al comercio y las finanzas. Ahorro de trabajo improductivo implica una menor punción sobre la plusvalía global, y por lo tanto mejora la masa y tasa de beneficio. Remarcamos además que el hecho de que no haya habido un incremento de la relación capital fijo / trabajo significa que por este lado no hubo una presión bajista sobre la tasa de ganancia.
El aumento de los beneficios, junto a la debilidad de la inversión, también habría incidido positivamente en el consumo de bienes durables, ayudando a mantener la recuperación. A partir de las reformas impositivas de 2003 hubo una mayor transferencia de plusvalía al conjunto de los hogares burgueses, incluida posiblemente la pequeña burguesía acomodada. Los ingresos de hogares debidos a dividendos crecieron, luego de 2003, y en los 3 años siguientes, a una tasa anual del 13,7% (contra un promedio del 5,9% en los 20 años previos).

b) Giro en 2006 y 2007
El crecimiento en 2006 siguió siendo fuerte, pero sin embargo se produce un cambio importante en los componentes de la demanda agregada, porque ese año comenzó a caer la inversión no residencial. El mercado dio muestras claras de saturación, y que la oferta se había sobreexpandido. La venta de nuevas casas bajó un 27% desde su pico en octubre de 2005 a julio de 2006. El inicio de construcción de casas nuevas bajó de una tasa anual de 2,27 millones a comienzos de 2006 a poco más de 1,6 millones a fines de año. Bajaron el empleo en la construcción y en las industrias que proveen insumos. Se calcula que esta baja restaba 1,2% al PNB hacia fin de 2006. El debilitamiento en el ciclo de la construcción provocó las primeras tensiones en el crédito hipotecario, con una suba de las tasas de interés.
La baja en el sector de la construcción de viviendas residenciales fue compensada, sin embargo, por el aumento del gasto del consumo, de las exportaciones –crecieron 9,2% y disminuyó el ritmo de crecimiento de las importaciones, al 3,1%– y un avance de la inversión no residencial. El aumento del consumo fue estimulado por el crédito, ya que el ingreso personal disponible fue menor que el gasto; pero también por las altas plusvalías distribuidas a accionistas.20 A pesar de que 2006 terminó con buenos pronósticos, la situación ya se estaba debilitando. La masa de ganancias había llegado a un pico en el tercer trimestre de 2006, y de ahí en más se estancaría, con una tendencia a la baja. La tasa de ganancia también se debilitaría.
Si bien en 2006 la economía todavía había crecido de manera importante, siguió desacelerándose a lo largo de 2007, cuando se profundizó la caída en el mercado de viviendas, con sus repercusiones en el sector financiero, y continuaron estancándose, y hasta cierto punto debilitándose, las ganancias.
La caída en la construcción fue particularmente dramática. A fines de 2007 se registraba una caída de aproximadamente un 40% en la iniciación de proyectos de nuevas casas, en nuevos permisos de construcción y en la venta de nuevas casas, con respecto a los picos alcanzados en 2005. Los precios de las viviendas en términos reales cayeron el 3,2% en el año. La situación en el mercado financiero y crediticio empeoró claramente desde mediados de 2007, lo que se registró en el aumento casi constante de las moras en los pagos de hipotecas, y/o ejecuciones bancarias.
Esta caída de la construcción fue compensada nuevamente por la suba de las exportaciones –en términos reales subieron 8%; las importaciones sólo crecieron 1,4%– y el aumento de la inversión en estructuras no residenciales. Este rubro de la inversión compensó la debilidad de la inversión en otros ítems, ya que la inversión en equipos y software apenas creció el 3,7%. La inversión en construcciones y estructuras no residenciales comprendió oficinas, centros comerciales, hoteles, además de instalaciones para exploración y extracción de petróleo y gas. Como puede verse, buena parte de esta inversión estaba destinada a sectores improductivos (o sea, que no generan plusvalor). Más importante, cuando a partir de 2008 se hizo claro que bajaba el consumo, muchos proyectos de inversión en instalaciones comerciales se cancelaron; algo similar ocurrió con la construcción de oficinas, a partir de la caída del sector financiero. La debilidad de la inversión en equipos y software podría ayudar a explicar por qué, a partir de 2005, el aumento anual de la productividad se desacelera, ubicándose en el 1,75%, un nivel claramente más bajo que el promedio registrado desde 1995.
Por otra parte todo indica que hubo una presión negativa sobre los beneficios, proveniente del aumento de los precios de la energía, y de otras materias primas. En 2007 los precios de la energía subieron un 17,4% en promedio. Este aumento se sumaba a una tendencia alcista, que venía desde principios de la década. De 2003 a 2007 los precios de la energía subieron un 41% en relación a los precios de no-energía; en la primera mitad de 2008 los precios de las materias primas continuaron subiendo. Si bien anecdótica, hay una extendida evidencia de que muchas empresas, y ramas importantes, vieron afectados sus beneficios, debido a que aumentaban las presiones competitivas, y se hacía más difícil descargar sobre los precios los aumentos de la energía y otras materias primas. Por caso, la cuenta por insumos de gas en la industria química pasó de US$ 5.000 millones en 2001 a US$ 20.000 millones en 2007. Esto provocó una caída de gastos de las empresas químicas en proyectos de plantas, investigación y de desarrollo, y otras inversiones, como reconocen los analistas del sector. También empresas de alimentos, bebidas, y otros productos ligados al consumo, vieron reducidos sus márgenes; a lo largo de 2007 y en especial en 2008 aparecen muchos balances de las empresas que consignan estos problemas. En julio de 2008 la encuesta RSM McGladrey, realizada entre empresas, mostraba que una mayoría de las corporaciones consultadas esperaban aumentos de los costos de materias primas y transporte.21
Además de los informes anecdóticos de la situación de empresas que enfrentaban costos crecientes que no podían trasladar fácilmente a los precios, hay una forma de acercarnos a una apreciación del problema. Se trata de calcular la tasa de beneficio siguiendo el método que se sugiere en el sitio web de Permanent Revolution. El cálculo es beneficios / PNB – beneficios. En los beneficios entran todos los ingresos de los propietarios, esto es, los propietarios no granjeros, más los ingresos por rentas, más los beneficios corporativos.22 Se trata de la tasa de ganancia que resulta de tomar en cuenta el conjunto del capital constante consumido durante el año y el capital variable. Tiene la desventaja con respecto al método que empleamos antes que no toma en cuenta el stock del capital acumulado; sin embargo la ventaja es que toma en cuenta el capital variable y las materias primas. Haciendo entonces este cálculo, encontramos una caída de la tasa de ganancia desde 2005 a 2007 del 6%.23
Por otra parte, debido al aumento de los precios de la energía, y alimentos, hubo una caída del salario real del 0,7%, a pesar de que el salario nominal aumentó más que la llamada core inflation, esto es, la inflación descontados los precios de la energía. Esto significó una presión negativa sobre el consumo de los trabajadores. Globalmente el consumo aumentó a lo largo del año en un 2,5%, una tasa menor que en los años anteriores. Pero por otra parte significaba también que la baja del salario real no mejoraba los beneficios para gran parte de las empresas.
La suba de los precios de las materias primas, y en especial del petróleo, también habrían afectado la capacidad de gasto de consumo de sectores no productores.
Aunque no poseemos elementos suficientes para juzgar la incidencia de los gastos improductivos sobre las ganancias, pensamos que es posible adelantar la hipótesis de que la expansión del sector financiero, y los gastos improductivos de todo tipo relacionados con la expansión de este sector, deben de haber ejercido un efecto negativo sobre la rentabilidad del capital en general; ésta debió de haberse agravado en la medida en que se complicaban los mercados.
En 2007 la tasa de ganancia no siguió creciendo; fue del 7,5%. Y la masa de ganancia de las empresas disminuyó después del pico de 2006. En el tercer trimestre de 2006 los beneficios domésticos de las empresas americanas habían llegado a US$ 1,27 billones (a tasa anual). A partir de ahí retroceden. En el cuarto trimestre de 2006 se ubicaron en US$ 1,184 billones y en el primero de 2007 en US$ 1,169 billones (siempre a tasas anuales). La relación entre la variación de la tasa de ganancia y la masa de ganancia es importante para los empresarios. El debilitamiento de los beneficios de las empresas americanas fue compensado, por lo menos parcialmente, con el aumento de los beneficios logrados por sus subsidiarias en el exterior, pero el hecho está denotando un debilitamiento de las condiciones de reproducción ampliada del capital.
Es en este cuadro que la crisis financiera va a golpear de lleno. Debido al sobrecrédito, y a la inmensa pirámide de activos financieros que se habían levantado sobre las hipotecas, y las cadenas de apalancamientos, los problemas del mercado de viviendas rápidamente se hacen sentir en toda la estructura crediticia. La dinámica de la subsiguiente crisis financiera la hemos descrito en los anteriores trabajos. Ahora la suba de la tasa de interés afecta negativamente a la tasa de ganancia, eleva la carga de las deudas, restringe el crédito de manera general; todo lo cual incide negativamente sobre los gastos de consumo (en primer lugar, los bienes de consumo duradero), la construcción residencial y la inversión empresaria. A mediados de 2008 la economía se encamina hacia la recesión. Lo importante es entender que la crisis financiera no actúa sola, ni “en el aire”. Los problemas de la acumulación, las contradicciones que encierra la realización del valor y la valorización del capital, preparan, hasta cierto punto, el escenario que va a hacer posible que la crisis financiera no sea un mero estallido “en la superficie” de la economía, sino la afecte profundamente.

¿Una crisis como la del treinta?

Las previsiones de los organismos internacionales y de los analistas, incluso en un período muy avanzado de la crisis, son que la economía de Estados Unidos se encamina hacia una caída, aunque no de la magnitud de la que se produjo en los treinta. A pesar de las continuas referencias de algunos economistas a la Gran Depresión, los datos están mostrando un panorama un poco distinto. Recordemos que desde 1929, cuando estalla la crisis, a lo más profundo de la depresión, en 1933, el PBI de Estados Unidos cayó el 33%, la producción industrial el 53% y la inversión el 88%. La economía de Estados Unidos en el segundo trimestre de 2008, o sea, en medio de la crisis financiera, todavía estaba creciendo a una tasa del 2,8% anual. Las previsiones del FMI eran, en septiembre de 2008, todavía de crecimiento débil, no de caída en términos absolutos.24 Recién en octubre el FMI admite la posibilidad de un crecimiento negativo para Estados Unidos y el resto de las economías desarrolladas en 2009; y del 3% de la economía mundial. Pero no pronostica un escenario como en los treinta, en Estados Unidos o a nivel mundial. Coincidimos en que por ahora no se avizora que la economía americana esté en camino hacia una depresión comparable a la de 1930. Es que del hecho cierto de que la crisis tenga grandes similitudes con la crisis financiera y bancaria de los treinta no debería deducirse mecánicamente que la caída de la producción y la inversión alcance aquellos niveles. Los pronósticos deben realizarse sobre la base de las tendencias actuantes hoy. Dicho en términos hegelianos, la consideración de la evolución posible debe partir de la realidad comprobable; es lo que se llama la “posibilidad real”, en contraposición a la posibilidad meramente “abstracta”. Por eso una mirada a algunas de las diferencias reales entre la situación de la década de 1930, y la actual, puede ayudarnos al análisis. Sin ánimo de ser exhaustivos, anotamos por lo menos siete diferencias importantes.
En primer lugar el contexto económico internacional es distinto. La crisis del treinta se desata luego de una década de crecimiento débil de la economía mundial, y cuando ya estaba en marcha un impulso hacia el fraccionamiento del mercado mundial. El mercado termina estallando en 1931; a partir de entonces surgen áreas monetarias y económicas relativamente autónomas, en torno a las grandes potencias. Una situación que desembocaría en la guerra mundial unos años después. El contexto de la actual crisis es bastante distinto. Entre 2003 y 2007 la economía mundial creció al 4,5% anual, en promedio. El crecimiento del PBI por habitante en los últimos 5 años fue superior al de los mejores años de la década de 1960. En un marco más general, la economía mundial en los últimos 30 años creció a tasas superiores al 3% anual. Aun habiéndose desacelerado, el crecimiento en el primer trimestre de 2008 fue un notable 4,5%. Incluso con el estallido de la crisis en Estados Unidos, y los datos –a comienzos de octubre de 2008– de recesión en Europa y Japón, muchas economías importantes, como China e India, siguen creciendo a altas tasas. Esto generó, por lo menos durante este primer año de la crisis, una demanda para las exportaciones de Estados Unidos y otros países adelantados que, ayudó a compensar la caída de la demanda interna. A lo que se sumaron las importantes ganancias realizadas por las empresas estadounidenses en el exterior; en la actualidad representan más del 30% del total de los beneficios.
Por su parte el mercado mundial se expandió a tasas aún superiores a lo que lo hizo el producto. Nada indica que haya una tendencia hacia el hundimiento del comercio, como sucedió en la década de 1930. La mayor interrelación de los países explica que sea previsible una dinámica distinta de la que hubo en la década de 1930. Durante la Gran Depresión el hundimiento del mercado mundial dio lugar a desarrollos de tipo autárquico –como la industrialización por sustitución de importaciones– en la periferia. Hoy todo apunta a que se produzca una mayor internacionalización de la economía. No se advierte una tendencia hacia algún tipo de “desconexión” del mercado mundial por parte de los países de la periferia.
En segundo término, la crisis estalla en el marco de un período en el que hubo un incremento de la productividad, impulsada por la revolución en las tecnologías informáticas y de la comunicación. Si bien esta expansión dio lugar a un fenómeno de sobreacumulación del capital, que fue muy agudo en algunas ramas de las nuevas tecnologías, al mismo tiempo abrió nuevos campos de inversión. En la óptica de los teóricos neo-schumpeterianos, o de los partidarios de la teoría de las “ondas largas”, estaríamos ante una revolución tecnológica –en cuanto afecta a los paradigmas tecnológicos– de proporciones. Puede no adherirse a esta teoría, pero parece innegable que han ocurrido cambios en las tecnologías básicas, que repercuten en los costos del capital Se trata de una de las tendencias contrarrestantes de la caída de la tasa de ganancia, señalada por Marx. La profundidad de la crisis financiera no debería hacer olvidar este factor.
En tercer lugar, es importante la distinta situación en los mercados de las materias primas. La Gran Depresión estuvo marcada por una fuerte caída de los precios de los productos agrarios, que habría ejercido un efecto transmisor muy fuerte de la depresión hacia el resto del mundo (véase Madsen, 2001, sobre esta cuestión). Los precios de hecho estaban cayendo ya desde 1928, y seguirían haciéndolo fuertemente hasta 1932. De 1928 a 1932 los precios de los productos agrícolas para Canadá y Estados Unidos disminuyeron un 45%; las caídas para otros países fueron también muy altas. Esto significó una caída abrupta de los ingresos de los granjeros. Los efectos fueron considerables, si tenemos en cuenta que la mayoría de la población estaba ligada al agro.25 El ingreso real de los granjeros y campesinos de Estados Unidos y Canadá disminuyó fuertemente desde 1928 a 1931; cayeron los precios de la tierra. Se derrumbó la demanda de inversión por parte de estos sectores, y se extendieron las quiebras hipotecarias, arrastrando a muchos bancos. La caída del ingreso agrario a nivel mundial también contribuyó a deprimir la demanda mundial; e impulsó la deflación.
La crisis que se inicia en 2007, en cambio, estuvo precedida de un auge de los precios de las materias primas. Esta suba fue un producto de la fuerte dinámica de acumulación de países como China e India. Si bien afectó negativamente los costos del capital en los países adelantados, siguió generando poder de compra para los países exportadores, y por lo tanto demanda en el mercado mundial. A partir de la crisis financiera, los precios de los alimentos y otras materias primas han bajado desde los picos que habían alcanzado a comienzos de 2008. Volvieron a sus niveles de un año antes, pero todavía es muy prematuro pronosticar que ya se ha entrado en un derrumbe similar al que ocurrió en el treinta.
En cuarto lugar, las condiciones de explotación de la clase trabajadora a nivel mundial, en los últimos años, fueron favorables para el capital. A diferencia de la década del treinta, cuando se produjeron aún fuertes convulsiones revolucionarias (Francia, España) y el peligro del comunismo sobrevolaba en todos lados, los últimos 20 años fueron de relativa tranquilidad para el capital. Los niveles de organización sindical, de movimientos huelguísticos, se mantuvieron mucho más bajos que en décadas anteriores (por ejemplo, que en la década de 1970). La movilidad internacional de los capitales, las aperturas de las economías nacionales a la competencia, ayudaron a controlar salarios, y a deprimir las condiciones laborales. Como resultado operó una fuerte contratendencia a la baja de ganancia, a saber, el aumento de la tasa de plusvalor.
En quinto lugar, y vinculado a lo anterior, la mundialización del capital, junto al rol que juega Estados Unidos como refugio de los capitales, ha contribuido a que hubiera inyecciones de capitales, aun en un marco de fuerte incertidumbre, y aun cuando el ritmo de entrada de inversiones de cartera a Estados Unidos se haya desacelerado con respecto a los promedios previos a la crisis.26 Una situación que estuvo ausente en los treinta.
En sexto lugar, hay que contar con el efecto de las IED de las empresas de Estados Unidos sobre sus tasas de rentabilidad, y sobre los ingresos. Tampoco este factor entraba en el análisis durante la Gran Depresión.
En séptimo lugar se debe incluir en el análisis el diferente comportamiento que ha tenido la FED en la actual crisis con respecto a lo que hizo en los treinta. Durante la crisis del treinta no existían los seguros de depósitos, de manera que cuando se esparcían rumores sobre que un banco estaba en problemas, los depositantes corrían a retirar sus depósitos y los bancos colapsaban, agravando hasta límites increíbles la debacle. En cambio en la actualidad los seguros de depósitos –hasta US$ 100.000, ampliados a comienzos de octubre a US$ 250.000– impiden que se dé un fenómeno de este tipo. Pero además a lo largo de esta crisis la FED, y otros bancos centrales, han tenido una política mucho más activa que hace siete décadas. En los treinta todavía existía un fuerte compromiso con el oro, y el criterio imperante era que el dólar no podía desvalorizarse. Cuando se produce la crisis internacional de 1931 la Reserva Federal reacciona subiendo la tasa de interés, con el argumento de que había que preservar el valor del dólar a toda costa. En ese cuadro, las tardías inyecciones de liquidez por parte de la FED no lograban evitar la caída de precios (cayeron un 28% desde 1929 hasta 1933). Esto hacía que la tasa de interés real fuera fuertemente positiva. Los bancos se proveían de liquidez, pero la masa monetaria no aumentaba, tanto porque se negaban a prestar, como también porque no se pedían préstamos. Sólo cuando lo peor de la crisis ya había hecho colapsar el sistema, se devaluó el dólar (el precio de la onza de oro pasa de US$ 20 a US$ 35). Es importante destacar el peso de la deflación sobre las deudas hipotecarias y de las empresas a lo largo de la crisis del treinta. A diferencia de los treinta, en la actual crisis la FED ha intervenido masivamente inyectando liquidez. Si bien esto no ha impedido que existiera un fenómeno de preferencia por la liquidez, se ha logrado evitar que el sistema entrara en una espiral deflacionaria, y se han detenido los episodios más peligrosos de “hemorragia”. Las intervenciones monetarias no se solucionan los problemas de fondo. Sin embargo, sí cambia la dinámica de la crisis.

Camino a la recesión

Según los datos publicados por el BEA, el crecimiento anualizado de Estados Unidos en el segundo trimestre todavía fue del 2,8% (contra el 0,9% en el primer trimestre). Un factor que contribuyó a ese crecimiento fue el aumento de las exportaciones y la baja de las importaciones. Aquí incidió la caída del dólar27 y que la demanda mundial se mantuviera relativamente alta. En el segundo trimestre las exportaciones aumentaron el 12,3% (y habían aumentado el 5,1% en el primer trimestre), en tanto las importaciones bajaron el 7,3% (habían bajado 0,8% en el primer trimestre). También contribuyó al aumento de la demanda el aumento del gasto personal en consumo, en estructuras no residenciales y el gasto gubernamental.
Por otra parte fueron negativas la inversión en inventarios, en inversión residencial (o sea, construcción de viviendas) y en equipos y software. La caída de la inversión en inventarios fue de US$ 60.000 millones en el segundo trimestre; la inversión en software y equipos bajó el 5% (había bajado el 0,6% en el primer trimestre). Este debilitamiento de la inversión debe vincularse a la caída de los beneficios. Los beneficios después de impuestos cayeron US$ 64.100 millones en el segundo trimestre (contra un aumento de US$ 13.000 millones en el primer trimestre), siendo las más afectadas las corporaciones financieras. Los beneficios de éstas cayeron US$ 31.000 millones, mientras que los beneficios de las empresas no financieras cayeron US$ 4.200 millones (pero en el primer trimestre habían caído US$ 32.100 millones). También disminuyeron fuertemente los beneficios de las inversiones en el extranjero, y los beneficios que pagan las empresas de Estados Unidos a sus socios en el extranjero. Este rubro bajó US$ 25.000 millones. Además, en el segundo trimestre bajaron los beneficios por unidad de valor agregado real, debido a que bajaron los precios unitarios, y subieron los costos no laborales. La presión bajista en los precios sería el resultado de una caída de la demanda, y de la necesidad de hacerse de efectivo. El aumento de los costos en este segundo trimestre refleja los mayores precios en materias primas. La detención de la inversión, y del crecimiento del empleo, llevó a la contención de los salarios, que crecieron menos que la inflación. Por eso la subida de los costos no laborales fue parcialmente compensada por una baja de los costos laborales unitarios, debido a la baja de los salarios. La baja de salarios mejora entonces parcialmente la ecuación de rentabilidad, pero por otra parte baja la demanda de bienes de consumo.
Los datos disponibles a fines de octubre sobre el tercer trimestre muestran un claro debilitamiento. El PNB se contrajo a una tasa anual del 0,3%, el peor desempeño desde la recesión de 2001.28 Bajó la inversión en equipos y software, y las empresas están reduciendo personal. Otros datos provisorios indican que la producción industrial sigue bajando; sería el tercer trimestre consecutivo de caída. La producción industrial en agosto cayó el 1,1%. La caída en la producción de automóviles fue del 11,9%; la producción de bienes durables bajó el 6% y la de bienes de consumo el 2%. También se verificó una caída de la utilización de capacidad, que se ubicó en el 76,6%, tres puntos por debajo del promedio 1972-2007. La caída en la utilización implica mayores costos fijos por unidad de producto y, por lo tanto debilitamiento de las ganancias. La caída de las valoraciones del capital repercute fuertemente en toda la economía. En los primeros días de octubre la oficina de presupuesto del Congreso informaba que los fondos públicos y privados de pensiones perdieron US$ 2 billones en los últimos 18 meses, y el FMI calcula que la pérdida combinada de los bancos llega a US$ 1,4 billones.
El desempleo se ubica, a fin del tercer trimestre, en el 6,1%, contra el 5,7% en agosto, y sigue aumentando. Sólo desde noviembre de 2007 a agosto de 2008 se perdieron 770.000 puestos de trabajo. La inversión inmobiliaria cayó un 19%.
En cuanto al gasto del consumidor, en el tercer trimestre disminuyó el 3,1%, su primera caída en 17 años y la más pronunciada desde 1980. Los gastos en bienes durables cayeron el 14,1% (en el segundo trimestre lo hicieron el 2,1%) y en bienes no durables un notable 6,4% (frente a un aumento del 3,9% el trimestre anterior). Esta caída del consumo se explica no sólo por la caída de los salarios y el aumento de la desocupación, sino también por el aumento de la tasa de interés y el endurecimiento de las condiciones del crédito que imponen los bancos y entidades financieras.29
Es de destacar que el debilitamiento del consumo se produjo a pesar de las inyecciones fiscales para estimular el gasto que aprobó el Congreso en febrero. Entre mayo y julio se devolvió en promedio US$ 600 a 130 millones de contribuyentes, pero hubo poco impacto en el consumo debido a que la mayoría utilizó ese dinero para reducir deudas, o aprovisionarse de liquidez por prevención. Una muestra de lo limitado de la acción del multiplicador keynesiano para reactivar la economía en coyunturas de crisis. Más en general, ante la incertidumbre, y además por la baja de los precios de los activos financieros (operando el llamado efecto riqueza), aumenta de la propensión al ahorro de los sectores más ricos. De nuevo esto disminuye la demanda de bienes durables. Todo lo cual tiene fuertes efectos depresivos sobre la economía, vía los efectos multiplicador y acelerador.
Por supuesto, también exige una atención especial el creciente peso de las deudas hipotecarias. El aumento de las deudas hipotecarias de las llamadas “clases medias” (en buena parte se trata de los trabajadores de más altos ingresos) incide rápidamente en los presupuestos de los hogares. Por eso no sólo aumenta la morosidad en lo pagos de las hipotecas y las ejecuciones, sino también cae la demanda de bienes de consumo durable y, naturalmente, también de nuevas viviendas [Mishkin (1978) destaca la importancia del endeudamiento de los hogares, y del peso de las hipotecas, en la Gran Depresión.].
A su vez, todas las condiciones llevan a que baje la inversión. En primer lugar, por la caída de las ganancias, que ya hemos señalado. En segundo término, porque las peores perspectivas de la demanda lleva a cancelar planes de ampliación de plantas o renovación de equipos, y a reducir la inversión en inventarios. Por ejemplo, en ventas minoristas las grandes cadenas ya aplazaban desde principios de 2008 la apertura de nuevas tiendas, a la par que reducían inventarios; las señales de las ventas en diciembre de 2007 habían sido demasiado malas. El aumento de la tasa de interés baja la tasa de ganancia aún más. Típicamente en los ciclos de negocios los gastos que varían más fuertemente son los gastos en inversión de inventarios y equipos, a partir de la reducción del ingreso (efecto aceleración, caída de la rentabilidad). El gasto en inversión de plantas y estructuras industriales tarda más en variar (es más difícil interrumpir un proyecto en marcha). De hecho en el tercer trimestre la inversión no residencial en estructuras siguió creciendo. Pero su contracción, cuando se produce, tiene efectos recesivos más duraderos.
La baja de la economía de Estados Unidos a su vez debería de tener efectos depresivos sobre las exportaciones del resto del mundo. Lo que bajaría la producción y el ingreso de los países que exportan a Estados Unidos (efecto multiplicador); lo que repercutiría negativamente sobre las exportaciones de Estados Unidos. Estos efectos de repercusión no pueden despreciarse cuando estamos hablando de una economía como la estadounidense, que representa más del 22% del producto mundial.


Conclusión provisoria

Estamos finalizando este trabajo a mediados de octubre, y la pregunta “del millón” es cuáles van a ser las perspectivas del largo plazo. Como es más o menos habitual, algunos analistas de la izquierda ya se han apresurado a proclamar que estamos de nuevo en presencia del inminente derrumbe del sistema capitalista (con cataclismos revolucionarios incluidos), y/o que se está entrando en una depresión de proporciones parecidas a lo que ocurrió en la Gran Depresión. Indudablemente, la crisis financiera es de proporciones gigantescas, como no se ha visto desde la década de los treinta. Sin embargo las tendencias que se pueden visualizar ahora no apuntan a que se vaya a una caída del producto mundial de tipo catastrófica, ni a un colapso del mercado, como sucedió hace siete décadas. Cuando hablamos de caídas “catastróficas” nos estamos refiriendo a caídas del orden de las que hubo en Argentina en 2001-2002, o en Estados Unidos entre 1929 y 1933. Pero sí se estaría yendo a una fuerte desaceleración de la economía mundial, y a crecimientos cero, o negativos, en los países más importantes, entre ellos Estados Unidos. Es posible que a través de esta dinámica se produzca una desvalorización bastante generalizada de capitales. Las intervenciones masivas de los bancos centrales y de los gobiernos estarían impidiendo que ocurra una desvalorización masiva, de tipo deflacionario, de los capitales mercancías. Asimismo estaría frenando que las quiebras se extiendan en efecto dominó, como ocurrió en los treinta. Los bancos caen, pero son intervenidos y en su mayoría tienden a ser absorbidos por otras entidades, con ayuda de los gobiernos. Hubo algunas corridas, pero la garantía de los depósitos ha impedido, al menos por ahora, que sean masivas e indiscriminadas sobre el sistema bancario. Esto podría generar las condiciones para que haya una desvalorización más lenta y amortiguada de los capitales. A la par que se potencian la centralización –fusiones y adquisiciones– y la internacionalización del capital. Como no puede dejar de suceder en las crisis, las condiciones de vida de las masas trabajadoras van a empeorar; ya está habiendo bajas de los salarios reales, y aumento de la desocupación.

Bibliografía

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Marx, K. (1975): Teorías de la plusvalía, Buenos Aires, Cartago, 3 t.

Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI, 3 t.

Mishkin, F. S. (1978): “The Household Balance Sheet and the Great Depression”, The Journal of Economic History, vol. 38, pp. 918-937.

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Perraton, J. (2002): “What’s Left of ‘State Capacity’? The Developmental State after Globalisation and the East Asian Crisis”, Paper presented at the Conference “Towards a New Political Development: Globalisation and Governance”, University of Sheffield, Julio

Sherman, H. J. (1991): Growth and crisis under capitalism, Princeton University Press.

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